Soy una enfermera anglosajona

“Lo que estaba ocurriendo –así lo sentía- era aún más profundo que sus ojos.”

Philip Roth

Y tú estabas ahí, como siempre, diciéndome que me amabas y que querías estar conmigo sin saber realmente porqué. Y yo también estaba ahí, sentada, queriendo olvidar el mundo y decirte que tú eras el hombre perfecto pero no podía. No podía por que soy muy cobarde y eso creo que nunca lo sabrás.

La primera vez que nos vimos yo tenía una falda de cuadros con prenses, como una irlandesa. Así era el uniforme, y tú estabas ahí, esperando con tu morral y tus hojas desordenadas y yo pensaba, él es. ES. Pero siempre tenía condiciones, claro, y aún las tengo. Supongo que es parte de mi naturaleza de mujer; luchar contra algo tan parecido pero diferente a mí es imposible, inevitable.

No sabía que decirte. Quería…pero el mundo, pero quería decirte. ¿Decirte qué? No lo sé, nunca me lo has preguntado. Sentí que al irte, al salir por la puerta del bar, te perdería para siempre, y tuve miedo. Y cuando me dijiste que te ibas, por tu propio bien, pensé que me ibas a dejar sin ti, sin la única persona que me entiende cuando miro, y me conoce sin necesidad de conocerme. Y sentí que la única manera de pasar ese trago amargo de tu partida era el alcohol. Un margarita, dos margaritas, tres margaritas, y el mundo empezó a moverse despacio. Tus manos buscaron las mías, y tu mirada pasó por mis dedos, mis uñas, mis palmas.

-Quiromancia- dije, con un aire de duda pero tratando de sorprenderte mientras mirabas concentrado –no sabía que también podías leer la mano- y reíste.

La primera vez que nos vimos fuera del colegio, aunque tú te acuerdas más que yo eso, pensé que seguías SIENDO. Y seguía con mis peros. Por tres años los he tenido. En cada uno de tus acercamientos, tus comentarios y reproches, tus tragos y tus canciones, tus llamadas y tus borracheras, en cada una de ellas busqué un pero para detenerme. Tenía un collar de perlas falsas, y un novio de esos desechables que no duran más de una semana. Y tú, como siempre, estabas con alguien al lado, y cruzamos palabras, y me fui. Yo siempre me iba.

Ahora deseo no haberme ido tantas veces, y que tú no te hubieras ido ese par de veces, por que la verdad te extrañé demasiado, aunque nunca te lo he dicho. A esa lista se pueden sumar miles de cosas, como que nunca te conozco, y cuando creo que lo hago, te transformas, te oscureces y sonríes, y yo quedo ahí, como mirándote y pensando qué carajos te pasa.

Cuando me gradué, llevaba dos años habiéndote conocido. Te invité porque siempre pensé que debías estar allí, y cuando ese mismo día, me acosté a dormir en la noche, pensé en ti y que hubiera querido que estuvieras ahí, más que cualquier persona, y no en otra parte, haciendo otras cosas.

Pagamos la cuenta y nos fuimos a tomar una cerveza, y yo pensaba que estabas conmigo, y no quería que nadie más lo estuviera, ni tu amiga, ni mi amigo, ni nadie. Sólo yo. Ayer me di cuenta que hablé de más, y tú también hablaste de más.


Te querías ir, pero no pudiste, no quise dejarte ir.