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Mostrando entradas de abril, 2010

Discurso de Eva por Carilda Oliver Labra

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Hoy te saludo brutalente: con un golpe de tos o una patada. ¿Dónde te metes, a dónde huyes con tu caja loca de corazones, con el reguero de pólvora que tienes? ¿Dónde vives: en la fosa en que caen todos los sueños o en esa telaraña donde cuelgan los huérfanos de padre?         Te extraño, ¿sabes? como a mí misma o a los milagros que no pasan. Te extraño, ¿sabes? Quisiera persuadirte no sé de qué alegría, de qué cosa imprudente.         ¿Cuándo vas a venir? Tengo una prisa por jugar a nada, por decirte: «mi vida» y que los truenos nos humillen y las naranjas palidezcan en tu mano. Tengo unas ganas locas de mirarte al fondo y hallar velos y humo, que, al fin, parece en llama.         De verdad que te quiero, pero inocentemente, como la bruja clara donde pienso. De verdad que no te quiero, pero inocentemente, como el ángel embaucado que soy. Te quiero,         no te quiero. Sortearemos estas palabras  y una que triunfe será la mentirosa.         Amor...  ( ¿Qué digo? estoy equivocada,

Para Andrés

Calla. Calla eterno, morando en la palabra del que no se hizo. (del no realizado). Escribimos para darnos aliento. Aliento a la distancia. Aliento al desconsuelo de la ciudad. Aliento al corazón roto que ya dejamos de entender y de enmendar. Nos escribimos para decirnos que no podemos con las cargas del alma y del cuerpo. ¿Seguiremos escribiendo para otros, o será que lo hacemos para nosotros mismos en medio de la oscuridad, señor Usuga? ¿Escribirnos nos ayudará a sentir que todo estará mejor, bien acaso? Prefiero intentar dormir antes de responder esas preguntas. Sé que no dormiré, pero prefiero padecer bajo el silencio del que sueña. ¡Máscaras, oh Morfeo! Corazón altivo.

Trilogía de cuatro días

UNO Las montañas danzan, bailan. Laten al ritmo del viento, que las sacude como una casa de tablas y cartón bajo una tormenta. Trasgredir al hombre con el viento, la única herramienta que tiene la naturaleza. El pastal se sacude y por instante todo huele a romero. Flores, árboles, hombres, todos inmóviles bajo el ritmo de lo imperpetuable. Todos temen por algo que se acerca. La respiración falla y el silencio, ese que nadie recuerda, se apodera del alma. Respira. Respira incesante. DOS Romero. Todo huele a romero. Juan y yo bailamos bajo las estrellas del kiosco. Juan y yo. Viajamos a pisos de mármol y escaleras con candelabros que parecen tener luz propia. Un, dos, tres, cuatro. Un, dos, tres cuatro. Vueltita y dos, tres, cuatro. Cerrar los ojos, viajar, volver, regresar de la mente. Un, dos, tres, cuatro. Recurrir a los artilugios que llamamos armas para ser felices. Me gusta cuando Juan es feliz. Soy feliz. ¿Será esa mi felicidad? TRES Timbra. No suena. La magia se rompe y termina