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Mostrando entradas de marzo, 2012

Dos puntos

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Si él estaba despertando en un motel en Kazajistán, ella estaba en las calles de Londres. Si él sangraba, ella caminaba. Preocupada, no por él y su sangrado, si no por su temor al futuro, a él y a ella misma. A los dos, aún cuando ninguno había dicho nada de ese conglomerado que varias personas habían escuchado y visto.  Las estrechas calles de Londres se convirtieron en su escape, mientras la lluvia la carcomía. Cada gota era un pensamiento, una duda, una circunstancia, una oportunidad, un retraso. Todo lo posible y pensable era una amenaza. Su corazón le indicaba exactamente eso. Unos días antes, él había dicho que quería irse a otras tierras para seguir su camino. Aunque ella ya pensaba lo mismo, tenerlo a su lado y considerar perderlo movió profundamente algo en sus adentros.  ¿Valía la pena seguir, aún cuando en su futuro ella se veía viviendo en otras tierras, haciendo otras cosas, pensando diferente y con gatos que acompañaran su soledad? La pregunta que tenía más pe

Tinto

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Viajé en el tiempo y me quedo en un recuerdo, impávido, como si yo estuviera allí mismo, en este instante. No es uno claro, específico. Es una sensación. Mientras estoy trabajando y tomando tinto en Bogotá, cierro los ojos y viajo. Tengo menos de un tercio de los años que tengo ahora, y él me sujeta la mano. No ha amanecido. No es uno claro, específico. Es una sensación. . Tengo sueño. Huele a mierda de vaca, a corral y a sudor aunque apenas son las 5 de la mañana. Estoy en pijama y nada puede salir mal.  Me acordé de mi papá. De sus madrugadas en el baño, de la cocina a oscuras mientras él se servía un tinto, y de cómo algunas veces intentaba darme café con leche, aunque a mí nunca me hubiera gustado -hasta ahora- realmente. De la mesa de madera del comedor y su particular olor, las vigas desnudas del techo y el mueble del televisor que alguna vez me educó con Señal Colombia. Del ventilador blanco que giraba con las telarañas puestas. Del olor del tinto al amanecer y sus camis