Lamentaciones

Lamenté escuchar que nadie te había escrito cosas hasta que llegaste a mí. Especialmente cosas bonitas. Tres décadas y ni una cosa bonita. ¿Qué es de la existencia si no se graba en palabras? ¿Si no se queda en una posteridad como esta? ¿Si algún día envejecemos y nadie recuerda nuestras odiseas? ¿Si el tiempo pasa y lo que dijimos se pierde en la memoria, entre medias sin par y dinero entre libros? Todos merecemos estar en palabras de otros.


Yo siempre escribo, sobre todo en tiempos de zozobra. No eres el primero y probablemente no seas el último. Si te hubieras quedado te hubiera escrito una vida entera. Lo hice a menudo, escribí como en esta ocasión, pero ahora cada vez es menos. Son mensajes en vía de extinción. Lamenté también que no pudieras corresponderme, pero más que todo que hubieras renunciado a la posibilidad de correspondencia alguna con el mundo. La negación de la correspondencia es casi como el asesinato a la sorpresa y a la curiosidad. Lamento, hasta hoy, que no te sorprendas por la magia de un encuentro. Lamenté la sinceridad amable.

Lamento que no puedas sentir el sol cálido en el rostro porque el corazón se ha congelado y que desees que el tiempo sea efímero porque no quieres asimilar el pasado. Lamento entenderte, haberte conocido y me alegra un poco desconocerte con cada atardecer. Me desentiendo de ti como mecanismo de protección. Lamento no poder explicarte, yo tampoco he logrado entender lo suficientemente bien como para dibujarlo.

Nota del autor: mueca al final de este breve escrito. El autor no se siente satisfecho con el inicio ni con la conclusión. No hay una marca para saber dónde empieza el fin del que tanto se habla.