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Mostrando entradas de diciembre, 2011

Y al final, siempre, te pido que me quieras.

Pues sí. Te hablé solo para emputarte, reprocharte  e irme. Te hablé para decirte que ya me cansé de que me temas. De que me empujes porque no sabes qué hacer conmigo. De que aparezcas solo cuando tú quieras, y que yo siempre esté ahí para ti. Me cansé de eso. Estoy cansada de no poder decirte cosas. Las mismas que tú sabes y tal vez sientes, pero tampoco quieres ver. Esas a las cuales accedí conscientemente a no tocar por estar contigo. En realidad no sé por qué carajos terminé hablándote, pero las cosas están ahí siempre. Las mariposas, las maricadas, las sonrisas y el calor. Yo también. Y al final, siempre, te pido que me quieras.

Amo el amor de los marineros

Para que nada nos amarre, que no nos una nada. Ni la palabra que aromó tu boca, ni lo que no dijeron las palabras. Ni la fiesta de amor que no tuvimos, ni tus sollozos junto a la ventana. Para que nada nos amarre, que no nos una nada. Amo el amor de los marineros que besan y se van. Dejan una promesa, no vuelven nunca más. En cada puerto una mujer espera; los marineros besan y se van. Una noche se acuestan con la muerte en el lecho del mar. Desde el fondo de ti y arrodillado, un niño triste como yo nos mira. Por esa vida que arderá en sus venas tendrían que amarrarse nuestras vidas. Por esas manos, hijas de tus manos, tendrían que matar las manos mías. Por sus ojos abiertos en la tierra, veré en los tuyos lágrimas un día. Amo el amor de los marineros que besan y se van. Amor que puede ser eterno y puede ser fugaz. En cada puerto una mujer espera; los marineros besan y se van. Una noche se acuestan con la muerte en el lecho del mar. -Joaquín Sabina y Pablo Neruda