Historia de la ruptura de un año de sueños fallidos

-Déjame salir- decía una tímida lágrima que asomaba por su ojo.

Había ido solo para devolver y recoger las cosas que le pertenecían, y para evitar que el dolor se convirtiera en algo grande, más que ella. Recordó la primera vez que había subido las escaleras, los tres pisos, eso había sido el diciembre pasado, cuando por intrigas aunque ahora parecen mas malas intenciones, los problemas asomaron en la residencia pasada. Subió esperando encontrar un refugio, y así fue. Eso fue la primera vez. Las otras, algunas buenas, y otras tantas no tan buenas, eran parte de los recuerdos que estaban en medio de la oscuridad, del olvido.

Llegó al tercer piso, aunque realmente era el segundo por que el primero era un parqueadero que daba a la calle, y suspiró al encontrar la puerta abierta. Antes de entrar se dijo a si misma: -es la última vez que subo estas escaleras y que entro por esta puerta- y decidió nunca olvidar ese instante.

Al entrar, encontró todas sus cosas en la mesa, aunque realmente no eran todas ni muchas: un libro que le había prestado con la intención de leer y tener algo que comentar, un estuche con cds más viejos que sus propios recuerdos, y un desodorante para emergencias. Esa era la bienvenida que nunca quiso tener, y no esperaba recibir. Caminó lentamente hacia ellas, y las cogió con una mano, se volteó y se dirigió hacia la habitación contigua. El vacío en su corazón lleno sus pensamientos y se sintió mareada por tanto desamor. Otra lágrima estaba esperando por salir, ahora eran una fila.

Lo miró a los ojos. El sonrió. Ella, paralizada por el dolor, soltó un frio saludo. Era demasiado profundo para ella, demasiado, y apenas lo había notado en ese momento. Puso el maletín en la cama sin tender, y se dispuso a sacar el computador y el celular. Parecía irreal. Otra lágrima empezó a presionar el compartimiento ocular, y ahora era demasiado difícil para ella.

El le dijo que se quedara, que hablaran, pero su corazón quería irse, quedarse, morirse, mirarse, matarlo a el y desaparecer para siempre. Sentada en el borde de la cama, observó como abría el estuche del computador portátil, lo prendía y revisaba cuidadosamente sus archivos, como pensando que le faltaba. Ella, ofendida por su investigación minuciosa prefirió ahorrarle todo el trabajo, que seguramente iba a hacer después cuando ella no estuviera, y le dijo que había borrado sólo los archivos donde estaba ella. Las fotos, los dibujos, las cartas, hasta los archivos de regalo habían desaparecidos y su voz era suave, era la ira reprimida en el fondo.

Su indiferencia y el hecho de que el había puesto música pesada la irritaba demasiado, y otra lágrima presionó su ojo. Hablaron. Mintieron. El rió varias veces e hizo bromas sobre la situación, que ella encontraba totalmente opuesta, dolorosa, fría. Sus ojos no pudieron más, y tomó el computador. Le dio la espalda mientras sus ojos de inundaban sin afán, y el, siendo insensible como siempre, seguía hablando sobre las cosas que ella había hecho mal. Las lágrimas cayeron por su rostro, y mientras bajaban, se llevaban el polvo que tenía para cubrir las imperfecciones de su piel.

Imaginó que el sería comprensivo aún sin tener algo para comprender, y deseó que la abrazar como nunca, y que se quedaran así para siempre, pero eso no pasó. Su corazón de nuevo quiso huir, y se levantó de la cama. El no había visto sus lágrimas, y ella no tenía la intención de que las viera. Levantó el morral con un afán impertinente y casi doloroso, mientras decía que se iba. Cogió las llaves de la puerta de abajo y bajó, esperando que el dijera algo, que modulara un no te vayas o un espérame, pero nada sucedió. Así era el.

Abrió la puerta mientras seguía llorando, más y más lágrimas salían de lugares tan escondidos como su propia alma, la dejó ajustada y volvió a subir maldiciendo su suerte. Volvió a subir las escaleras, los tres pisos, volvió a entrar y en la misma mesa donde antes estaban sus cosas, ahora estaban las llaves.

Miró con los ojos mojados a la figura que estaba acostada en la cama y se despidió. Un parco adiós fue suficiente para echar por la borda todos los sueños, sueños que se llevarían las lágrimas.