El proceso

Pensará que estoy bien. Con el tiempo pensará que me conoce como a la palma de su mano, y que puede predecir mis palabras y mis acciones. Eso será, a más tardar, en tres meses. Un día yo saldré del trabajo y no tendré ganas de verle. Le apartaré la cara y seguiré por mi camino, y mirará confundido. Buscará una expresión en mi rostro que le haga sentir que todo estará bien. Que sólo es un mal día. Tal vez llegue a encontrarla en su imaginación y seguirá como si nada. Como si él estuviera feliz y yo conmocionada.
Seguiré caminando un més o dos más a su lado, y sujetaré su mano con la misma fuerza con la que sujeto un lapiz o una cartera. Él no notará la diferencia, y asumirá que es determinación. Pero estará tan equivocado que nisiquiera percibirá mis movimientos. La intranquilidad un dia le sacudirá la vida, cuando note que ahora estoy al otro lado de la acera. Mirándole fijamente, inexpresiva, con los ojos vacíos.
Antes de salir a tomar un café o a comer, le soltaré la mano para sujetar la mía con mayor determinación. Y mirándole fijamente le diré que todo ha sido una farsa. Un sueño pasajero, una memoria de un anciano senil que quiere saltar a otra época de su vida. Todo acabará como empezó.
Él mirará aterrado, y sus ojos serán piscinas invisibles que se desbordan sin regarse. Yo estaré tan distante que no sentiré nada. Hace tiempo corté los lazos que me hubieran convertido en ese mismo caudal. Pero yo fui sabia, y corté el cordón que nos unía; que nos hundía.
Ahora temo repetir el proceso.