Recuerdos reglamentados

Soy una persona de reglas que tiendo a no romper. Hace mucho, cuando empecé a escuchar música más de lo que vivía en el mundo real, noté que mis recuerdos estaban musicalizados. Un beso, una fiesta, un abrazo, un recuerdo....todo tenía y aún tiene música de fondo. Tuve que crear una regla para evitar corromper canciones.

No fue sino hasta la Universidad que entendí el porqué de mis musicalizaciones: la radio. Bueno, no exactamente la radio, que fue la pionera de poner la música al alcance de todos, sino precisamente esto último.

Mi primera fuente musical, haciendo cabeza y viajando al pasado distante, fue un deletreador en inglés. El siguiente recuerdo es un walkman paneludo amarillo. No me acuerdo si alcanzaba a tener radio o no, pero por esa época menudo estaba de moda, y los audífonos grandes e incómodos estaban siempre ahí. Creo que existió en mi casa hasta este siglo. En los viajes familiares, estaba Sergio Vargas, cortesía de Suramericana y posteriormente Chichi Peralta y Alejandro Sanz.

La grabadora de mi hermana fue la siguiente adquisición musical en mi vida: una sony, grande, gris oscura, con radio y reproductor de cds. Un vez mi papá nos regaló el cd de Son by four, y había una canción que me gustaba mucho. Creo que es esa que todavía ponen en las discotecas para echarlo a las dos de la mañana. Ese día descubrí el botoncito para repetir una canción, y al mismo tiempo que a las personas normales, como mi papá, no les gustaba escuchar repetidamente una balada para adolescentes.

Después tuve mi primer discman y se perdió al mes de haberlo recibido como presente del Niño Dios. Eso fue en el 2001.

Hace dos años y medio tengo un mp3 de 4 gigas que amo y adoro.

Hace dos años empecé a escuchar a Calamaro. Fue en una época podrida y deprimida de mi vida. Empecé gracias a un amigo, al que curiosamente cito mucho de forma indirecta en el blog, y que me lee y comenta de vez en cuando. Crímenes perfectos.

Ahora, dos años después, puedo decir que Calamaro ha estado conmigo en casi lo que ha trascurrido. Mi amigo me invitó al concierto de Calamaro cuando vino a Colombia en la gira de la lengua popular, y aún hoy me arrepiento de no haber ido. (Sí, lo siento.)

Mi punto, después de contar todas estas pequeñas historias, es que desde que entré a la Universidad he decidido que la música para mi es un espacio que me rehuso a compartir. Me niego rotundamente a manchar una canción con un sentimiento, un lugar, un nombre o un rostro. Perdería todo el valor, y se convertiría en parte de alguien más que no soy yo.