Labios

El día estaba oscuro. Era la noche la que llegaba. La historia se encontraba en una boca. La boca estaba en el día oscuro, que ahora se convertía en noche. La boca tenía sabor a pasta boloñesa y anís, con menta fresca. Los labios de la boca besaron a otros labios, a unos más viejos, pero no más sabios. La boca también participó en el proceso.

Al otro lado de la habitación, otra boca, con otros labios, se retorcieron y sangraron un poco. Los dientes mordieron con ira a los labios, y los labios querían sentir más dolor para dejar de sentir la menta fresca. Los labios sangrantes caminaron por la habitación que retumbaba, hicieron la leve mueca a los labios viejos, y a los labios de anís, y avandonaron la habitación.


Los labios sangrantes emanaban ira. Emanaban más sangre. Más y más. Se tornaron carmesí. Los labios anisados nunca notaron que la menta había causando una muerte por desangrarlos.

Los labios viejos siguieron su vida.

Los labios sangrantes murieron allí mismo, en la habitación contigua. Se congelaron en el tiempo y en el espacio, enfrascados en un líquido rojizo, donde nadie los recordaría.