Trilogía de cuatro días

UNO
Las montañas danzan, bailan. Laten al ritmo del viento, que las sacude como una casa de tablas y cartón bajo una tormenta. Trasgredir al hombre con el viento, la única herramienta que tiene la naturaleza. El pastal se sacude y por instante todo huele a romero. Flores, árboles, hombres, todos inmóviles bajo el ritmo de lo imperpetuable.

Todos temen por algo que se acerca. La respiración falla y el silencio, ese que nadie recuerda, se apodera del alma. Respira. Respira incesante.

DOS
Romero. Todo huele a romero. Juan y yo bailamos bajo las estrellas del kiosco. Juan y yo. Viajamos a pisos de mármol y escaleras con candelabros que parecen tener luz propia. Un, dos, tres, cuatro. Un, dos, tres cuatro. Vueltita y dos, tres, cuatro.

Cerrar los ojos, viajar, volver, regresar de la mente. Un, dos, tres, cuatro. Recurrir a los artilugios que llamamos armas para ser felices. Me gusta cuando Juan es feliz. Soy feliz. ¿Será esa mi felicidad?


TRES
Timbra. No suena. La magia se rompe y termina abruptamente