Dos puntos

Si él estaba despertando en un motel en Kazajistán, ella estaba en las calles de Londres. Si él sangraba, ella caminaba. Preocupada, no por él y su sangrado, si no por su temor al futuro, a él y a ella misma. A los dos, aún cuando ninguno había dicho nada de ese conglomerado que varias personas habían escuchado y visto. 

Las estrechas calles de Londres se convirtieron en su escape, mientras la lluvia la carcomía. Cada gota era un pensamiento, una duda, una circunstancia, una oportunidad, un retraso. Todo lo posible y pensable era una amenaza. Su corazón le indicaba exactamente eso. Unos días antes, él había dicho que quería irse a otras tierras para seguir su camino. Aunque ella ya pensaba lo mismo, tenerlo a su lado y considerar perderlo movió profundamente algo en sus adentros. 

¿Valía la pena seguir, aún cuando en su futuro ella se veía viviendo en otras tierras, haciendo otras cosas, pensando diferente y con gatos que acompañaran su soledad? La pregunta que tenía más peso no era esa, sino aquella en la que la pena del futuro, considerada en el presente, se combinaba con él, sus planes, con la modernidad y el deslumbre de sus tierras soñadas. Era eso. 

Se detuvo frente a una librería y observo los libros usados. Pensó que era como ellos. Con marcas, con años, con la misma historia por dentro que se repetía una y otra vez. Con él sería similar. No quería que así fuera, pero inevitablemente sus caminos se separarían. Igual eran jóvenes. Con sueños. Muchos sueños. Y grandes metas. 

¿Valía la pena luchar ahora para ahogarse en la corriente después? Su felicidad era genuina. No era de esas pasadas, con sonrisas fingidas y maquillaje en cualquier falla. Estar con él significaba vivir el mundo realmente. Dormir a su lado era la paz en la noche. Sentirlo era como un día soleado en invierno, caluroso pero no sofocante. 

Él se iría. Se quiere ir. Ella igual. Solo el tiempo le daría la respuesta.