A mi escritor favorito

Mi escritor favorito no sabe que, en secreto, aspiro entre almohadas y libros que algún día me quiera. Probablemente ignora que el día que lo vi en la firma de libros me temblaron las piernas ante las 250 personas que estaban alineadas conmigo. 

Nunca le he dicho que ese mechón de pelo que cae y que él, en vano, intenta corregir con un ademán repetitivo, quedó estampado en mi memoria. Siempre que lo evoco, llega su mechón, su gesto, su frustración, su mano, su rostro.

Sus escritos me han salvado más de una ocasión, tomándome de la mano un segundo antes de saltar al precipicio de la auto-superación, vampiros y esoterismo. La última vez que lo vi apareció en la calle, nefelibato, víctima de una persecución policíaca por crímenes financieros. Escapábamos milagrosamente y nos escondíamos en buhardillas secretas, campanarios y casuchas.

Si lo tuviera al frente, a mi escritor favorito, sin memoria, le recitaría aquella página que nos unió sin que él lo supiera, y le diría que lo acompañaré siempre, lo encontré siempre, hasta el fin del mundo, desde la mitad del mundo en la que estoy.