Esperanza

Ella lo soñaba suyo aunque jamás fuera a serlo. Se perdía en sus ilusiones, en la comisura imaginaria del labio y en los dedos. No, él no iba a tener dedos. No sabía si era solo en las manos o de los pies, pero seguramente le faltarían. Solo una vez lo había escuchado y lo había interiorizado como el suyo propio. Arraigó su imagen, la de un fantasma en su vientre, sin darle nombre y apellidos. Sin embargo, era suyo. De ambos.

Sufría la nausea rutinaria y la ilusión se desdibujó cuando despertó de la modorra mañanera. Era de día. No había esperanza.