Noticia

Es la una de la mañana y no puedo dormir. No hay reloj titilante que marque ni manecilla que persiga el tiempo. Soy yo mi propio verdugo del tiempo. Hace 5 días no le veo de ninguna forma. Intenté escribirle una carta pero como nunca me había dado su dirección supuse que sería inútil. Pensé que si salía a caminar a la calle le encontraría, pero las horas de la tarde invertidas en recorridos sin sentido no dieron fruto. Fui forzado a entender que no estaba aquí.

Pensé en telefonearle y decirle que no estoy bien. Me encantaría contarle que fui a la peluquería de siempre en aquel barrio del que siemrpe se burlaba por el nombre y que había perdido la mitad de la melena que cuidaba desde que le conocí; que hablé con los inquilinos de su casa y que me invitaron a cenar pero no fui por la depresión que me persigue. Le diría que le necesito. Aunque la linea se cortara y su respuesta llegara a medias, sabría que el gato de la esquina murió atropeyado y que la vecina quejumbrosa se ha ido del barrio y ahora vive en España con sus dos hijas. Escucharía sus respuestas cortantes y sus silencios, porque una conversación sin silencios es tan pobre como un libro sin capítulos. No hay ritmo sin silencios.  

En ese momento recordé que tampoco tenía su número telefónico. 

No tuve nada con qué seguirle el rastro. Esperé mucho siempre de sus acciones y entonces entendí que nunca me había sorprendido. Ahora pienso, a la una y media de la mañana, que tal vez perderle el rastro es la mejor forma de ganar el tiempo perdido y dejar que sus recuerdos se pierdan para jamás volver. 

Nota: después me enteraría que se encontraba en la India, convertida en vegana radical y dedicada a la meditación. Así le hubiera llamado, no hubiera hablado por el voto de silencio tomado.

Nunca pude recuperarme de aquella noticia.