Inentregable No. 1

Querido.

Empiezo esta carta tomando el riesgo de sonar demasiado personal y cruzar esa línea imaginaria que no hemos delineado pero que existe entre nosotros. Estoy confiada de que estas líneas jamás llegarán a su destino y que así está planeado. Quiero decirle que, en esta noche de otoño, extraño tontear en la calle y tomarle la mano bajo la mesa, cuando todos nos miran al rostro. Me encantaba cuando salíamos a la calle y los pies nos llevaban a su casa de manera automática, retomando el camino de la noche anterior, la semana pasada y el mes previo. 

Debo confesarle que desde su partida no he estado desnuda más de lo necesario: en la ducha y cuando me cambio el ajuar. Los pies han estado frios y solitarios. Tampoco tengo a quien discutirle sobre qué lado de la cama quiero esta noche o si debería conservar las medias como única prenda mientras sueño. Extraño el pan caliente, los besos, los abrazos, la coquetería discreta en público y la vida privada enriquecida por la intimidad.

Usted, desde ese otro lado del otro océano en el que está, dice que también me piensa y me extraña pero yo no sé si lo dice con las intenciones de cruzar aquella línea imaginaria que nos separa o si es por otros motivos. 

Sé que volverá pronto y que aquí ya habrá cambiado la estación. Prometo conservar su recuerdo cerca, cálido y ameno como siempre, pero no le prometo que el cariño que le guardaba antes de su partida se encuentre en el mismo estado. Tal vez haya florecido o tal vez el invierno lo mate en el tiempo restante.

Cualquier palabra que me envíe será un aliento para esta espera que, desde la mitad de la línea imaginaria de la que tanto le he hablado, me ha sorprendido con su vacío.