Ella lo supo todo el tiempo. Qué habría de ser cuestión de tiempo antes de que sucediera y que estaría irremediablemente destinada al resultado de aquella noche. Que no habría nada ni nadie que pudiese deternele; que aunque ella intentara cambiar su destino, todos los caminos tomados le llevarían al mismo lugar. Había tenido fe, de esas que se encadenan al alma con su propio peso y que son, al fin y al cabo, solo misticismos del alma que oscurecen las noches mas oscuras con su presencia. Nunca había previsto la hora, la fecha, el lugar o la compañía que la asediaría cuando fuera el momento, pero sabia que llegaría. Y con el tiempo, el peso se hizo más ligero, la carga más fácil, la oscuridad menos intimidante, los segundos menos intensos, su mirada menos desahuciada, su temor más lánguido, su sonrisa mas vibrante, sus vestidos mas cortos y coloridos. Y fue poco a poco olvidando que algún día llegaría el fatídico momento. Y así, cuando llegase, ella estaría lista para sobrellevarlo.